martes, 30 de agosto de 2011

Biografías: Condes

CONDE SOTO



            Conde Soto nace en 1976 en Algeciras, Cádiz. También es conocido como la reencarnación de Bruce Lee: ambos son sagitario, con ascendente en sagitario, y Dragón en el signo chino: lo que explica su corte de pelo, su manejo del nunchaku y su  dicción del castellano-andaluz.

            Entre una clase y otra de artes marciales se dedica a escribir poemas, cuentos y canciones. Ya adolescente se da cuenta de que la guitarra seduce más a las chiquillas del instituto que su nervioso nunchaku. Esta acertada percepción le hace formar parte de un grupo de rock, Cerco de Sombra, para el cual compone canciones.    

Impulsivo, visionario y radical como es, decide irse a Madrid en 2001 soñando vivir un largo idilio romántico con la Música. Pero la Música se enamora de otros, se va con todos y lo deja tirado en las esquinas de la capital. Eso le presupone una gran crisis personal y creativa, por la cual se va a Londres en 2006, deseando olvidar sus penas.

Después de esa breve temporada británica, concluye la carrera de Filología Hispánica por la UNED, en su ciudad natal. De vuelta a Madrid, empieza a trabajar como profesor de español para extranjeros y se saca un Máster en Literatura Española, por la Universidad Complutense de Madrid.

Conoce a la Condesa en una noche de luna grávida, que esparce sobre ellos la bendición del alineamiento del cosmos. Se casan a los ocho meses. Curiosamente, los dos comparten todas las pasiones: el cuerpo, la poesía y el astrolabio.

Después de tantas peripecias, vuelve a su cuerpo natural, creativo e idealista: escribe su primer libro, que es todo un secreto y dedica su tiempo libre a coger el viejo nunchaku “sólo para dar un poco de vidilla al aire”.



CONDESA LARA



            Condesa Lara nace el 8 de agosto, en Sao Paulo (Brasil). Se nota el profundo daño que el signo de Leo imprime en su carácter: posee unas melenas rebeldes, siente profunda atracción por la inutilidad de la Belleza y una especial empatía por el alma monárquica de los girasoles.

Compone su primer poema a los cuatro años, para suplir el problema de la pronunciación de letras como la L o la R. Porque, llamándose LaRa, o la niña hablaba en versos o tendrían que resucitar al mismísimo Freud para ayudarla a superar tamaño trauma.

Por obra espontánea del destino, a los trece años caen en sus manos libros de Baudelaire, Rimbaud y Maiakovsky, cuyas lecturas harán que ingrese en la Universidad de Sao Paulo para estudiar Letras. Se especializa en Absenta, pero para cumplir el programa universitario se licencia en Literatura Francesa, Portuguesa y Brasileña.

En la Universidad se aburre profundamente del mundillo académico, que huele a dentífrico, a té de las seis y a corbatas marrones. Tanto es así que busca en otras áreas del conocimiento algo que le subvierta esa paz pequeño-burguesa de los pasillos de las bibliotecas: el futbol, el teatro y la física la salvan del tedio. (A menudo es posible verla dando largos paseos en bicicleta en compañía de un señor mayor que responde al nombre de Albert Einstein).

Decide venirse a España para una breve temporada, con la idea de seguir sus estudios en improvisación y clown, pero conoce al Conde, “mientras él se decidía si era tímido, triste o más bien torpe y definía cuál era el color del canto de las sirenas”. Este fortuito encuentro se consolida a los ocho meses con la boda de ellos.

            Ya en España, concluye un Máster en Literatura Española en la Universidad Complutense de Madrid. Traduce los Poemas en Prosa de Lorca al portugués y obras de Joao Cabral de Melo Neto y Roberto Piva al español.

Acaba de terminar su primer libro que se ha estado gestando el tiempo de una luna llena. Mientras no está escribiendo le encanta planchar ropa, su verdadera vocación.

            Soñaba con ser una diva de los años 50, la reencarnación de Marilyn, pero por falta de tinte para el tono platino se conforma con ser rubia, “porque si la vida es solamente una, yo prefiero pasar la mía siendo rubia, siempre rubia”.

Condado de las Letras

domingo, 28 de agosto de 2011

Retrato de Francisco Umbral



Francisco Umbral posa desnudo en un insistente invierno que vocifera escalofríos en la noche madrileña. En mitad de la habitación en la que hilvana sus sueños, sus ojos se muestran fijos, concentrados y atentos, como en unísono trance, al espanto del flash que le va a venir. A un lado los botines, los heraldos con los que siembra las calles de dandismo y chulería; atiborrados de pasos, se deletrea en su apariencia la peripecia del día a día. La calavera, que yace desflorando el destino en un desquite, presagia el final que se abate y que enturbia la existencia. La máquina de escribir tapa el falo o lo sustituye, que para el caso es mejor, porque el folio en blanco hay que llenarlo con la fuerza centrípeta que sale del sexo, en un desbordamiento de flujo y semen.

Nuestro escritor, cuyo pudor ha dejado varado en la provincia, llega a Madrid con la desnudez de quien se sabe arropado por el genio, y sólo se rodea de lo que va a hacerle artista: dandismo, sexo y muerte.

Conde Soto

lunes, 22 de agosto de 2011

Murilo Mendes, la convergencia de todo

Murilo Mendes (Brasil, 1901-1975)

Poeta múltiple, hacía convergir poéticamente y moralmente elementos totalmente contradictorios, como hizo con el surrealismo más agudo y con su profundo sentimiento católico. En él, todo el misterio del mundo es claro en profundidad y caótico en superficie.

Poeta múltiple pues encuentra la poesía en todo: la visión del paso del cometa Halley, en 1910, “le despierta para la poesía”; decide ser poeta cuando huye de la escuela para ver Nijinski bailando en los arcoíris”; y Mozart se presenta, a menudo, en su habitación “vestido con un abrigo azul”, amigo al que defendió cuando los alemanes tomaron Salzburgo, enviando un telegrama al mismísimo Hitler exigiendo que abandonase la ciudad, firmando Wolfgang Amadeus Mozart.

Múltiple porque, como dice el verso final, el poeta-océano no entiende de límites; no podía ser diferente: su lema era “poesía libertad”.






Aerograma
in: Metamorfosis, 1938-41

Vivir triste, asfixiado,
una eternidad roja,
en tu boca de concha,
suspenso entre cielo y mar.

Cosechar pájaros en el pecho,
deletrear las nubes calmas
esperando el rayo actuar
en el umbral del hijo pródigo.
Filtraré un día los siglos
que se acumulan en la mirada
hasta que la piedra suspire
los secretos de la atmósfera.

Semillas de pianos crecen
para huérfanos que suben escaleras,
mientras peces azules
beben en el océano del poeta.



(La traducción es mía)                                                                                            

Condesa Lara

domingo, 21 de agosto de 2011

INSTANTES ROBADOS DE UNA MAÑANA DE VERANO

Escritos de la Ilustre Cuadrilla

En los “Escritos de la Ilustre Cuadrilla” de hoy os presentamos a nuestro amigo, periodista y poeta: el distinguido caballero David García. Dueño de un estilo exquisito, construye mosaicos a través de metáforas e imágenes líricas.

Les dejamos con él.
Condado de las Letras


INSTANTES ROBADOS DE UNA MAÑANA DE VERANO

De la noche cuelgan músculos atrofiados. Como dianas por los que se deslizan los sueños. Como lentas carreteras hacia un mundo olvidado. En esta mañana de añiles, la noche es un monstruo al que espero, es la certidumbre de que aun el humor de las sangres enloquecerá las riveras.

Periódicos. Luz de ángeles alumbrando el día. La piscina, paraíso de teselas. Un fuego blanco lamiendo los ojos. Juegos de verano. Tedio acompasado. La ausencia de los Gatos, sus maullidos, sus colas y la ausencia de sus bigotes mesando mis tristezas.

Vívidos ojales de nubes. Trayectorias desafiantes. Cruceros salvajes por el centro de la flor. La piedra que como una esponja de tiempo conversa con el satélite y la ubre. Hay un camino que nadie ve. Hay un silencio desconcertante que despierta al amanecer al mundo.

La niñez. Recorrer la vida con esa bendición a cuestas. Un traje de ilusión y miedos y colores y matutinos eructos crepusculares. La niñez. La sagrada forma del verbo naciente y el cerebro amoldándose al laberinto. 

viernes, 19 de agosto de 2011

Cuento: EL NEGOCIO DE LA FAMILIA

           Escritos de la Ilustre Cuadrilla



Tenemos el honor de inaugurar un espacio en nuestro Condado, los “Escritos de la Ilustre Cuadrilla” para que otros nobles puedan compartir sus creaciones. Para abrir esta nueva sección contamos con la presencia del insigne Hidalgo Esteban.

Les dejamos con él.
Condado de las Letras

                 EL NEGOCIO DE LA FAMILIA

No estoy orgulloso, pero me da de comer. En este pueblo, que ni siquiera es de mala muerte, sólo viven viejos mezquinos que se agarran a la vida hasta que se les desmorona la humanidad en el duermevela de tubos y sueros de la convalecencia. No da para comer, y mira que me las prometía feliz cuando mi padre me enseñaba el negocio, como treinta años atrás, yo apenas un crío que no quería seguir estudiando, y le acercaba la cola, la sutura y el formol. Desde entonces, todos se han largado dejando a sus padres detrás. Aquí mismo le rellené con algodón los carrillos al mío, el que le dio nombre a la funeraria. Hoy ya no se puede vivir sólo de eso: de esperar que la vida cumpla y la muerte barra. Acaba el mes y no juntas para comer. Todo el mundo puede decir que qué se le va a hacer, pero no son ellos los que llegan a mi casa y miran a la cara a mi mujer y nuestros hijos. Así que algo debía hacer, algo tenía que ocurrírseme, de algún sitio tenía que sacar los cuartos.

Sé que no soy  un santo, pero ni me da vergüenza ni me arrepiento. Vosotros os tenéis que buscar la vida para cumplir el cupo de las multas, para mí es hacer lo mismo: vivir de la desgracia. Si estoy aquí es porque me tocó el gordo, hablando en plata. La funeraria es pequeña, de pueblo, innecesaria, con lo que cualquier aviso cuenta para mí. Mi teléfono lo maneja mucha gente, gente de mucho billete y mucho trapicheo, que es dónde está el negocio. Nadie quiere que se sepa nada y yo nunca pregunto, además estoy veinticuatro horas de guardia, por eso me llaman. Sólo tengo una condición: que pasen el coche al callejón y que esperen con las luces apagadas. El pueblo son dos calles y llego enseguida, cosa que se agradece. Es lo que hago siempre y es lo que hice aquella noche. Abrí las puertas para que pasasen el primer bulto metido en un saco de dormir empapado de sangre y orina, goteando, hasta la sala donde trabajo. Fui un momento a encender las luces y cuando volví ya se habían largado dejando tres bultos sobre la mesa, amontonados en pirámide y calando la sangre de uno a otro. Me apreté los guantes en la punta de los dedos, listo para trabajar, cuando oí los pasos por la puerta de atrás. Traía un paso tranquilo, ropa impecable, nudo perfecto, ojos secos. Se quedó junto a la mesa, mirando cada uno de los bultos un rato, luego se volvió con los labios apretados y una mano en el bolsillo interior de la chaqueta. Cuando abrió la cartera para darme el dinero, eché un vistazo a la fotografía de los cinco que siempre llevaba con él. Entendí lo que estaba pasando y sentí un pellizco de pena que disimulé apagando la colilla con la puntera. Sin dejarme rechazárselo, metió el dinero en mi delantal y se volvió. Desde la puerta miró a la mesa, y luego a mí, diciendo: “Es imposible que yo haya estado aquí, también estoy muerto. ¿Entiendes?”.

Hidalgo Esteban

Baudelaire: las pruebas de imprenta de los Petits poèmes en prose



En la página web de la Bibliotèque Nationale de France (BNF) podemos ver la prueba de imprenta de los Pequeños poemas en prosa de Charles Baudelaire, que podría ser de 1868/9.
 Baudelaire, con esa obra, revolucionó las estructuras clásicas aniquilando por completo los límites entre la poesía y la prosa. Sus temas también marcan un punto de inflexión en la literatura universal, conocidos bajo el título Spleen de Paris, la pobreza, la relación conflictiva del individuo con la sociedad, la falsa moralidad, el paso del tiempo y la cercanía de la muerte configuran la angustia de la percepción de la finitud de las cosas.
Ese libro creó escuela, teniendo desde Rimbaud hasta Francisco Umbral como seguidores.




Condesa Lara

jueves, 18 de agosto de 2011

Columna: MI SIXTINA PARTICULAR

Dios está en el cielo. O eso dicen. El Papa está en la tierra, precisamente en Madrid por esos días. Los peregrinos están por todas las partes. Yo estoy en mi casa, sudando en este verano de  misericordia. De repente esta ciudad tiene una configuración totalmente diferente. A mí, que no soy española, me resulta muy curioso sentir esa sensación de ser doblemente extranjera: no reconozco la ciudad en la que he elegido vivir o que me ha elegido, según se mire. Por todo eso, prefiero sudar en mi templo particular toda la semana.
                                                                         
Ha sonado el timbre. Era el pintor que venía a arreglar el techo por una humedad del piso de arriba. Un hombre delgado, dueño de una voz típica de quien sólo canta y, lo que es más extraño, habla en la sostenido. Estudió Bellas Artes. Arriba del andamio, se empeña en hablar de las ventajas de la pintura a óleo y de la genialidad de Velázquez. Le pregunto por Miguel Ángel. Me dice que era un tipo divertido que tuvo la cara de pintar figuras desnudas en la misma Capilla Sixtina. Y se echa a reír. Poco después se lamenta: “no podían haber pintado por encima”. Mi pensamiento se va entre la Sixtina, el Papa, los peregrinos, Madrid. Él rompe mi silencio sugiriéndome que haga tres arañas en el techo para cubrir las manchas…“¡eso es lo que se lleva en el arte contemporáneo!”. Y se ríe. Me río con ese Miguel Ángel posmoderno, mientras él empieza a tararear una canción, también en la sostenido.


Condesa Lara

miércoles, 17 de agosto de 2011

Poema: APOCALIPSIS o A TODOS DERRAMAS TU SAL

Bruja sólo bocas
aúllas por toda la ciudad,
viertes cuatro gotas de tu saliva
en el embudo del veneno más espeso:
sangre.

Encuentras en la faz del misterio
el ojo más miedoso
y en las cosas más estériles,
el sudor de la muerte.

- Pídeme la vida y mis siete las tendrás –
te ruegan ochocientas rodillas
implorando sorber tus lágrimas, tus noches, tus miradas.
Sin saber que tu ojo es otro.
Ojo de acero: refleja, miente, muerde.

Tus bocas llenan el embudo que
desborda otra vez en el penúltimo día:

- Haya confusión de mares, lunas y espejos.
Y así es.

Todo ahora es sal y nada.
Tumbado,
un perro blanco lame sus siete heridas.

Condesa Lara

martes, 16 de agosto de 2011

Cuento: EL PARPADEO DE LA LUNA QUE VIENE


La taberna del Mirlo es un antro de chusma y pendencias donde se cuecen las marrullerías más bajas de la ciudad. El Mirlo sirve a la concurrencia con gesto de revancha, como si quisiera ajustar cuentas a golpe de vasos contra la barra. ¡Marchando una caña, dos tintos y un coca-cola! Y resuelve la jugada con una bayeta que relame los resquicios de bebida vertida. El suelo está cochambroso, con garabatos de delincuencia impregnados en sus losetas; no hay más música ni otro son que la bulla desgalichada de sus clientes.

Uno de ellos se pone farruco al descubrir trampas de naipes que le han   hecho perder los cuartos. Hostia puta, que ya me estáis dando lo que se me debe – lo dice mientras se levanta y echa mano al bolsillo haciendo amago de coger la navaja. A todo esto, un botellín de Cruzcampo se le parte en mil pedazos en la testa y cae al suelo con mohínes de desconcierto. El artífice de esta salida ha sido el propio Mirlo, que no consiente ninguna gresca en su negocio, éste no es lugar para que se midan bravuras. ¡A pelear a la calle, ya estoy harto de decirlo! – se desgañita para que todos puedan oírlo. Un perro famélico dormita en la puerta, aunque el tugurio, enturbiado en un guirigay oscuro, no es propicio ni siquiera para un sueño canino.

Hay una especie de acuerdo tácito entre ellos y el Mirlo: éste ni oye ni ve lo que allí ocurre, y ellos respetan las normas que dicta su dueño; por eso todos callan y no dicen nada, no hay ninguna réplica que lo ponga a prueba. Venga Mirlo, no te cabrees, que a éste me lo llevo yo – dice uno que muestra entendimiento y que, muy solícito, levanta al perjudicado. ¡Aúpa Siroco, que no ha sido nada! El espectáculo ha acabado y el gallito de hace un momento, el tal Siroco, sale de la Taberna sin atisbo de resentimiento; sabe cómo funcionan las cosas en lo del Mirlo, y también sabe que el Mirlo es un protegido del Culebra, y que a cambio de una parte de las ganancias, éste escolta la Taberna con sus esbirros, así que más vale no meterse en problemas con él. Todo el mundo sabe cómo se las gasta.

La última vez que alguien la lio en lo del Mirlo fue hace mucho tiempo. El valentón de semejante hazaña fue el Tony, un traficante menor con aires de general y, por añadidura, ansioso de destacar en las filas de los que emborronan el grueso de las leyes. Sabía que de esta manera desafiaba al Culebra y que ésta sería su oportunidad para erigirse en amo y señor del chiringuito. Pero el que tienta la suerte puede recibir una estocada, y eso fue lo que le pasó al Tony. Dos días después apareció en la playa, enterrado hasta el cuello, con una mordedura de serpiente en la cara y un vómito seco en la arena. Los rayos del sol habían tostado su cara y amoratado la brecha de su cabeza, concebida con la culata de un revólver. Cuando lo encontraron, las moscas pululaban por las comisuras de sus labios como si intentaran reanimarlo con un boca a boca conjunto; pero ya nada se podía hacer por él, excepto desenterrarlo y descubrir que los brazos habían sido mutilados antes de la sepultura, por si se le ocurría masturbarse bajo la arena antes de dar el último suspiro.

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Pero volvamos a la taberna del Mirlo, donde nos encontramos en la parte de atrás, en la oficina, al Culebra, cerveza al lado y mirada de escarnio. Está solo, no hay nadie que lo moleste a estas horas. Está contando dinero mientras da caladas lentas a su cigarro, con ademanes pausados de funcionario.

Con su cara de Keith Richards y alacrán, el Culebra desempolva sus orígenes de delincuente de poca monta nada más mirársele a la cara. Tiene ese rostro de desaire que deberían de haber tenido los conquistadores de tierras calientes en años pasados, el trazo de sus mejillas es de líneas enjutas y lánguidas, desanimadas por permanecer allí; su porte alto contrasta con el laconismo de sus manos, que casi siempre están titilantes, distraídas, pero con persistencia de dominio cuando se disponen a ejecutar algún crimen en la telaraña fatídica que se hila en la medianoche.

 La primera vez que mató fue en una bravata callejera en la que lo habían humillado. El Culebra desenvainó su acero suizo y con el temple garbo de hidalgo asestó diez puñaladas, contadas por él mismo mientras cometía el hecho, en el menda aquel que se atrevió a cruzarse en su camino, de manera que tuvo que huir a las Américas algunos años, hasta que las aguas se apaciguaron y la gente se olvidó de él. Regresó con más sed de fechorías, y ya no se contentaba con dar palos pequeños, sino que quería negocios de alta alcurnia donde se pudiera sacar de verdad plata, como él decía, impregnado todavía de los vocablos que aprendió en su destierro.

La oficina es un habitáculo que huele a muerte, de sus branquias sale un olor fétido que barrunta los augurios que la gitana le había vaticinado hace dos días: “La sangre sube por las alcantarillas, Culebra, ya eres casi un despojo”. Pero él no creía en fuerzas oscuras soterradas, imaginaba que eran pamplinas de raza forjada en supersticiones. “Llegará dentro de poco la  destrucción, y tú no estarás preparado, el destino está escrito en el parpadeo de la luna que viene”. Cábalas de vieja rancia que se gana la vida refiriendo embustes -pensaba mientras la gitana le seguía con su dedo una línea pequeña en la palma de su mano izquierda, y lo miraba a los ojos como quien contempla la agonía de alguien que se muere en su regazo, un ser ensalivado en frialdad.

El Culebra para de contar, y sus manos se quedan suspendidas en el destello que la ventana propina sobre la mesa. Hay un sonido que viene del pasillo, unas pisadas extensas donde la noche pierde su calma. El Culebra, que ha mandado que no se le moleste, cubre la galería con un grito limpio: ¿Quién anda ahí?....Pero no hay respuesta, y los pasos suenan más cerca que nunca en este sótano carcomido de luna  llena. ¿Mirlo, eres tú? Se levanta con nerviosismo y derrama la cerveza sobre los billetes que estaban ordenados en la esquina de la mesa. ¡Mierda, me cago en la puta!   Abre el cajón y coge la pistola que tantas veces ha utilizado. Una pistola plateada con la que el Culebra se siente más seguro y con la que apunta directo a la puerta, en dirección a las pisadas sonámbulas que se acercan. La sangre sube por las alcantarillas. El corazón le late con fuerza,  pasa un segundo que para él es una enredadera de tiempo. El Culebra se santigua, lo hace siempre que siente que la muerte se balancea a su lado, y eso que nunca ha creído en Dios, pero el gesto en sí le diluye el miedo al vacío.

Los pasos han cesado en mitad del pasillo, ahora el silencio es atroz. La oficina está en la parte de atrás de la taberna, y para llegar a ella hay que pasar un patio grande y un largo corredor cuya luz lleva meses estropeada, de modo que cuando se atraviesa parece un túnel interminable. Al Culebra siempre le gustó tener su cuartel general en este lugar; de sobra sabía que allí se podía albergar los acontecimientos más violentos de su negocio en la reserva y clandestinidad más absoluta. Más de una vez habían torturado a algún desgraciado para que les diera información antes de matarlo, y nadie había escuchado nada, no era probable que los gritos llegasen más allá de aquella habitación.

- Quienquiera que seas, te cuento hasta tres para que me digas quién eres o disparo -el Culebra tenía resecas las comisuras de los labios, y su voz sonaba como el aullido de  una bestia acorralada.

De pronto, una tos grave retumba en el silencio del momento, en un latigazo de sombras que se cuela en la oficina. Ya eres casi un despojo.

-Ya me estoy cansando de la broma. Uno... - el Culebra empieza la cuenta atrás.

Se reincorpora y empieza a buscar la linterna que siempre está encima de la estantería. Quiere saber quién es antes de matarlo, quiere verle la cara antes de mandarlo al otro mundo. Joder, ¿dónde coño está la puta linterna? - masculla mientras aparta de un manotazo los cartones de tabaco que se interponen en su búsqueda. Pero no está, la linterna ha desaparecido del lugar donde solía hallarse.

En ese instante, una luz sale disparada del pasillo directa a su cara.

El miedo viene en un destello que arrolla al Culebra. Cae al suelo y forcejea unos segundos para no perder la pistola, pero sus muñecas se retuercen en una sacudida y el arma se desliza debajo de la cómoda. ¡Ah, mierda! La luz se apaga y se enciende de manera intermitente alumbrando su rostro, en un regocijo que lo llena de un sudor frío.

            Una voz confusa se escurre desde la sombra: Dos.....

         Se vuelven a escuchar los pasos avanzar, y el Culebra intenta coger la pistola, pero se ha metido muy al fondo y su brazo no es lo suficientemente largo como para llegar a ella. La linterna que sale del corredor sigue pestañeando y haciéndose cada vez más intensa a medida que se acerca. La luna es un gran círculo de delirio. ¿Quién eres, joder? El Culebra sabe que tiene que afrontar el destino que le viene y por eso empieza a rezar la única oración que sabe, Padre Nuestro, que estás en el cielo... Un escalofrío le desborda la nuca y junta las manos en un acto de fe.

La noche se hace más noche cuando la luz de la oficina se apaga, y la linterna en el semblante del Culebra es la única claridad que acompaña la escena. ¡No me mates, por favor! La figura está ya dentro de la habitación. Llegará dentro de poco la destrucción, y tú no estarás preparado. La madera del suelo cruje, delatora de la cercanía. El Culebra, que ha olvidado en estos momentos el Padrenuestro, se queda a mitad del rezo y no encuentra otra forma de aplacar el miedo que le sube por la columna. ¡Por favor, coge el dinero que quieras! Está todo en la caja fuerte, toma te doy las llaves. El Culebra ofrece un manojo de llaves a la sombra, que de un manotazo las manda al otro lado de la habitación. Si no quieres dinero, ¿qué quieres de mí? La luna, en un chispazo, da forma a la figura. El Culebra no le ha visto la cara, pero ha podido vislumbrar que en una mano lleva la linterna y en la otra una pistola.

La sombra irrita por su parsimonia, todos sus movimientos son calmos hasta el límite, como si hubiera sabido desde el principio cuál iba a ser el final. En un gesto de desafío, pone su cara muy pegada a la del Culebra. Su resuello con olor a cerveza lo desborda en un temor agudo. Ya sabes lo que tienes qué hacer -le dice con una voz que al Culebra le es muy conocida. No perdamos más el tiempo -revolotean sus palabras al antojo de la noche.

La habitación ha quedado en penumbras, la luz de la linterna se ha apagado. El Culebra tiene que dejar pasar unos segundos hasta acostumbrarse a la oscuridad que le trae la muerte. Puede ver a la sombra, pero no logra distinguir su cara, la luna cierra su párpado sabiéndose cómplice. El miedo cada vez es más fuerte. Sabe que nunca ha tenido misericordia con sus víctimas, sin embargo, en esta situación está dispuesto a implorar una vez más por su vida. ¿Qué puedo hacer por ti? Haré lo que quieras, pero no me mates, te lo suplico. La sombra está empezando a perder la paciencia y le mete un golpe seco en la cabeza. El Culebra empieza a sangrar y, por primera vez, toma conciencia de su situación. Ningún grito serviría de nada, nadie lo escucharía, la taberna queda demasiado lejos y la ventana da a un solar abandonado hace años, no hay escapatoria. El destino está escrito en el parpadeo de la luna que viene. Te repito, no perdamos más el tiempo - la sombra sentencia con una repetición que determina lo que llega.

Le da la pistola al Culebra. Éste la coge sin rechistar. Ha entendido perfectamente qué es lo que debe hacer. Acaricia el arma, la cual está fría como sus manos. Sus dedos se deslizan suavemente por ella, pero hay algo que le es familiar. La luna proyecta un reflejo de espejos. El Culebra puede verla, definitivamente es su pistola.

La noche se retuerce en una corazonada, en un destino que el Culebra debe cumplir. Es ahora cuando la sombra empieza a reír y se inclina de nuevo para que se le escuche: Sí, es nuestra pistola. La risa suena a batir de huesos. El Culebra gime mientras se pone el arma apuntando su cabeza.

En las postrimerías de su vida, se acuerda de la gitana de hace dos días. Recuerda sus últimas palabras: Culebra, te arrepentirás de todos tus pecados. Pues bien, había llegado el momento de arrepentirse y de asumir las faltas cometidas durante toda su vida. El Culebra pide perdón, tartamudo, su voz se desvanece en un mordisco de labios.

La sombra termina lo que había empezado: Tres.

Un disparo pellizca la noche y arquea la luna a través de la ventana. La habitación se ilumina en un convulso deseo. La luna deja ver el cuerpo del Culebra muerto en el suelo. Un espectro se difumina como una silueta cuando llega la luz.

Conde Soto

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domingo, 14 de agosto de 2011

Henry Miller, un poeta en el útero del Universo



“La aceptación completa y gozosa de lo peor en uno mismo es el único medio seguro de transformarlo”. Este es el punto de partida de la motivación en la escritura de Henry Miller, pues cuando él, un tipo calvo ya entrado en años, comienza a escribir en serio y a plantearse esta actividad como un medio real de ganarse la vida, dejando de este modo su tedioso trabajo en la “Western Union Telegraph Company” de Nueva York, se desprende de todo tabú o limitación quejumbrosa que lo alejaba de una auténtica fusión con el universo, a pesar, como pudo comprobar durante muchos años, de la renuncia social y económica que eso significaba. Él es consciente de lo que quiere transformar, por lo que empieza aceptando lo más bajo que conlleva su persona, ya que advierte que la única vía para descubrirse a sí mismo es dando pasos atrás en su conocimiento del mundo. Su espíritu se revela en este momento de transgresión, y emprende su obra desde el caos y la oscuridad, desde la humillación y la carencia, destruyendo todo de lo que se había nutrido: modelos, influencias, familia, amigos…, para encontrar, a través de este abandono, la honestidad de un hombre libre; en definitiva, la autenticidad que buscaba desde hacía tiempo. Es por ello que, el pulso vitalista, tanto de lo bueno como de lo malo de sí mismo, constituye toda su obra.

Como él dijo alguna vez: “…estaba muy obsesionado con el pensamiento de la vida en el útero, sin duda alguna por la razón de que me sentía totalmente libre de cualquier responsabilidad”. Notamos mucho mejor con estas palabras, esa búsqueda de la verdad absoluta. Henry Miller encuentra la exención de todo compromiso con lo que le rodea, puesto que la única obligación que él considera como tal, es la que entabla consigo mismo. Para advertir la importancia de este factor, es imprescindible tener en cuenta el gran salto que supone para Miller el inicio de su nueva vida en París, abandonando deliberadamente su existencia anterior, y enfundándose su máscara más quijotesca, para abolir todas las prohibiciones y represiones que llevaba dentro. Sólo así podemos entender el advenimiento del escritor que aguardaba en su interior, que nunca podría haber salido a la luz si no hubiera recibido esa iluminación que le hizo creerse un genio antes de serlo.

Como nos expone en su ensayo sobre Rimbaud, El tiempo de los asesinos, él, en vez de huir, como el poeta, de las fantasías que había creado como único modo de salvarse, va a su encuentro y se empapa de ellas. Para él, escribir no es escapar de la realidad, sino que es la propia realidad, es un viaje de descubrimiento que lo acerca de una manera total al universo. Porque Miller no quiere quedarse con un trocito de mundo, él aspira a abarcar toda la humanidad en un ejercicio de vuelta en su vida, reuniendo todos los recuerdos fragmentados de su memoria y haciéndolos estallar en el papel. La manera con la que mejor encauza este fluir hacia atrás es, en algunas ocasiones, a través de un alto grado de surrealismo, con el que la mayoría de las veces nos descubre la catarsis que supone para él esos hallazgos de su memoria.

Sea como sea, Henry Miller es un poeta, un ser libre que nunca palidece, un hombre que desata las fuerzas más interiores de su ser para que reverberen en todo el cosmos. Aun cuando las cosas se ponen feas, él sigue creyendo en sí mismo y en su enorme potencial. ¿Habría escrito alguna de las cosas que hizo de no haber creído en todo lo que era capaz? Es difícil pensar en él sin verlo deambular por las calles de Paris pasando frío y hambre, y escribiendo sus novelas en cuartuchos pequeños de mala muerte. Pero es ahí donde encontramos el impulso vital que le faltaba en su Estados Unidos natal, es ahí donde se hace escritor, y sobre todo poeta. “Yo no llamo poetas a los que hacen versos, con rima o sin ella. Llamo poeta al hombre que es capaz de alterar profundamente el mundo”.


Conde Soto

sábado, 13 de agosto de 2011

I Congreso Internacional Francisco Umbral

Los placeres literarios: Francisco Umbral como lector

Tenemos la alegría de informaros de nuestra participación en el I Congreso Internacional Francisco Umbral con la comunicación “Baudelaire: el modelo sublime del adolescente de Las Ninfas. Podéis participar como oyentes enviando las inscripciones hasta el día 30 de septiembre a través de la página de la Fundación Francisco Umbral:



I Congreso Internacional Francisco Umbral
Los placeres literarios: Francisco Umbral como lector
Madrid, 19, 20 y 21 de octubre de 2011



Que la prosa umbraliana contenga numerosas referencias a otros escritores prueba los amplios horizontes lectores de Francisco Umbral. El escritor confesó más de una vez sus inclinaciones poéticas, que nacían de las lecturas de los grandes poetas, como Juan Ramón, Neruda o Salinas, por ejemplo. Pero también manifestó su admiración por Baudelaire o Proust o Heidegger (y por Quevedo, Larra y Valle-Inclán, entre otros). La frecuente inclusión de nombres y citas en las obras de Umbral no se explica sólo por el conocido procedimiento que pronto caracterizó sus columnas, con esos abundantes nombres en negrita, sino que la extensión e insistencia en las referencias literarias dibujan un mapa personal de profundas y fecundas lecturas. El congreso pretende adentrarse en este rico mundo donde conviven los poetas hispanos y los escritores franceses, los filósofos y los prosistas, para estudiar las preferencias de Umbral y las técnicas y procedimientos compositivos para crear su inconfundible obra a partir, en buena medida, de sus lecturas.

Presidencia de Honor
SS.AA.RR. los Príncipes de Asturias

Comité de Honor
La Presidenta de la Comunidad de Madrid, Doña Esperanza Aguirre,
El Alcalde de Madrid, Don Alberto Ruiz Gallardón,
El Rector Magnifico de la UCM, Don José Carrillo Menéndez,
La Presidenta de Unidad Editorial, Doña Carmen Iglesias,
La Presidenta de la Fundación Francisco Umbral, Doña  España Suárez.


Comité Científico
J. Ignacio Díez (Universidad Complutense de Madrid),
Bénédicte de Buron-Brun (Universidad de Pau et des Pays de l’Adour),
Fanny Rubio (Universidad Complutense de Madrid),
Santos Sanz Villanueva (Universidad Complutense de Madrid),
Gonzalo Santonja (Instituto Castellano y Leonés de la Lengua),
Mercedes Rodríguez Pequeño (Universidad de Valladolid).


Os esperamos,
Condado de las Letras
(José  Antonio Soto Cruz y Lara Mantoanelli Silva)

miércoles, 10 de agosto de 2011

Boletín del mundo mágico





Roberto Piva (Brasil, 1937-2010), hijo incestuoso de todos los malditos, de la generación beat, de los chamanes, del caos de la ciudad de Sao Paulo. “Un ángel de la Soledad posa indeciso en mis hombros”. Tuve la oportunidad de conocerle. Ebrio, paranoico, comestible. Seguía fielmente el consejo del maestro Baudelaire: “Embrigaos de vino, virtud o poesía, pero embriagaos”. Su primer libro Paranoia era ya todo un vaticinio de que su camino no tenía vuelta:





Boletín del mundo mágico
in: Paranoia, 1963

Mis pies sueñan suspensos en el Abismo
mis cicatrices se desgarran en la panza cristalina
yo no tengo sino dos ojos vidriados y soy un huérfano
había un flujo de flores enfermas en los suburbios
yo quería plantar un taco de snooker en una estrella fija
en la puerta del bar yo estoy confuso como siempre pero las galerías de
                mi cráneo ya no odian el taconeo de mis huesos
colegios y coches fúnebres están desiertos
por las aceras crecen largos delirios
puñados de esqueletos son tirados a la basura
yo pienso en los escorpiones de oro y estoy contento
los luminosos cantan en los tejados
yo puedo abrir los ojos para la luna aprovechar el miedo de las nubes
pero el cielo morado es una visión suprema
mi faz se empalidece con el alcohol
yo soy una soledad desnuda atada a una farola
cables telefónicos se cruzan en mi esófago
en los pavimentos aislados mis amigos construyen un maniquí fugitivo
mis ojos ciegan mi mente se raja en el encontronazo con una llanta
                mi alma descoyuntada pasa rodando

(La traducción es mía)

Condesa Lara