“Es que Narciso piensa que es feo lo que no es espejo” C. Veloso
Era inicio de verano. En Madrid, centenares de personas se esquivaban del sol en las casetas de la Feria del Libro en el Retiro. Mi marido, el Conde, estaba terminando su penúltimo libro de poemas (como los toreros, un artista siempre espera que nunca sea la última obra). Sin buscar nada en especial, paseábamos cogidos de la mano por la ancha y soleada avenida que se había montado.
Pero, en un instante, toda la claridad y amplitud se convertieron en un curioso laberinto de espejos. En un rincón, olvidado por el bullicio y por los carritos de bebés estaba él, el caballero de un mundo delirante, Leopoldo María Panero, ajeno a todo lo que no fuera su cigarillo y su mirada indiferente. Nos acercamos de manera tímida. El Conde no sabía qué decir – como si fuera necesario. No fue necesario. Leopoldo, en un sobresalto, se reconoció en el Conde, dos poetas, dos reflejos de un mismo espejo - “Así he mirado yo un día que no existe en el Último Espejo”- dos narcisos, dos amantes de la propia imagen. Leopoldo, sin dudar, dijo con mirada seductora:
- Yo sé. Tú eres el “Periodista del Jueves”.
(largo silencio)
- Yo sé. Tú eres el “Periodista del Jueves”, porque tienes el pelo muy negro.
Fugazmente, él se había enamorado del “Periodista del Jueves” de pelo negro. Se había enamorado de sí mismo en ese reflejo. “Yo sé”. Repitió la frase hipnótica una y otra vez. “Periodista del Jueves”. El Conde, entregado a su amante fugaz, se reconocía en esa mirada seductora. “Tienes el pelo muy negro”.
Uno y otro, amante y amado, el yo y el otro, todos confundidos. Los dos un mismo Narciso. “Porque/en este mundo sin ojos debe ser cierto/ que sólo la muerte nos ve”.
Alguién tocaba la espada del Conde. Quería un autógrafo del poeta. Nos alejamos. Pero los dos se miraron hasta el acorde útimo de las flautas.
Todavía hoy, cuando miro al fondo del ojo del Conde, encuentro la mirada seductora del caballero delirante.
(Basado en hechos reales)
Condesa Lara
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