Herberto Helder (Funchal, Portugal, 1930-presente) desordena todo el cosmos exterior para
poder experimentar poéticamente los elementos más gastados de una manera
inédita. Es uno de esos poetas que posee la mística en el cuerpo, el duende, y configura una mándala propia con
la que re-significa insistentemente la
sangre, la madre, el fuego, las sombras, la ciudad y las manzanas. Como bien dice
Mauro Gama, “Helberto Helder no tiene
miedo de las palabras: les da a su existencia, su verdad material, sus
movimientos, su sangre”. Es un poeta
flâneur, porque se pasea invisible por ciudades, porque no se deja fotografiar,
porque ve detrás de cada piel la consistencia urgente de la sangre y porque sabe
que “el poema se hace contra la carne y
el tiempo”.
Audio:
He grabado la lectura del poema en portugués,
pero con acento de Brasil, y no con el de Portugal, que sería lo ideal.
La menstruación cuando en la ciudad
pasaba
La
menstruación cuando en la ciudad pasaba
el aire. Las
muchachas respirando,
comiendo
higos – y la menstruación cuando en la ciudad
corría el
tiempo por el aire.
Eran clavos
en la nieve. Las muchachas
se reían, gritaban
– y las higueras soplando desde dentro
los higos,
con sus pulmones de esponja
blanca. Y
las muchachas
comían
clavos por el aire.
Y ellas se
reían en la nieve y gritaban: era
el tiempo de
la menstruación.
Las manzanas
se resbalaban en la casa.
Alguien
decía: nieve. La noche venía a
partir la
cabeza de las estatuas, y las manzanas
se
resbalaban en el tejado – alguien
decía:
sangre.
En la casa,
ellas se reían – y la menstruación
corría por
las cavernas blancas de esponjas,
y se partían
las cabezas de las estatuas.
Clavos – era
alguien que decía así.
Y las
muchachas respirando, comiendo
higos en la
nieve.
Alguien
decía: manzanas. Y era el tiempo.
La sangre escurría
de los cuellos de granito,
y el niño
abatía la boca negra
sobre la
nieve en los higos – y ellas gritaban
en la sombra
de la casa.
Alguien
decía: sangre, tiempo.
Las higueras
soplaban en el aire que
corría, las
máquinas amaban. Y un pez
recorriendo,
como en antigua palabra
sensible, la
página de ese amor.
Y alguien
decía: es la nieve.
Y las
muchachas se reían dentro de la menstruación,
comiendo nieve.
Las cabezas de las
estatuas
estaban llenas de clavos,
y los niños
abatían la boca negra sobre
los gritos.
La noche venía por el aire,
en la sombra
se resbalaban las manzanas.
Y era el
tiempo.
Y ellas se
reían en el aire, comiendo
la noche,
alimentándose
de higos y de nieve.
Y alguien
decía: niños.
Y la
menstruación escurría en silencio –
en la noche,
en la nieve –
comprimida por
las esponjas blancas, allá en la noche
de las muchachas
que se reían
en la sombra de la casa, resbalándose,
comiendo
clavos. Y alguien decía:
es un pez recurriendo
la página de un amor
antiguo. Y las
muchachas
gritaban.
Las vacas
entonces acechando,
y en los
hocicos se consumía la lumbre en silencio.
Por las
ventanas los violines
pasaban por
el aire. Y la menstruación en las muchachas
escurría por
la sombra, y ellas
gritaban y
comían arena. Alguien decía:
fuego. Y las
vacas pasaban por los violines.
Y las ventanas
en silencio escurrían
su fuego. Y
las admirables
muchachas
cantaban su canción, como
una palabra
antigua escurriendo
en una
página por la nieve,
coronada de
higos. Y en el fuego los niños
eran tocados
por el tiempo de la menstruación.
Se
alimentaban sólo de higos y de arena.
Y por el
tiempo fuera,
se reían – y
la nieve cubría su página de tiempo,
y las vacas
se resbalaban en la sombra.
En silencio
su lumbre escurría de las esponjas.
Se partían
las cabezas de los violines.
Las
muchachas, cantando con sus niños,
comían
higos.
La noche
comía arena.
Y eran
clavos en las cavernas blancas.
Menstruación
– decía alguien. El aire pasaba –
y por la
noche, en silencio,
la
menstruación escurría por la nieve.
(La
traducción es mía)
Condesa Lara
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