sábado, 17 de marzo de 2012

Herberto Helder, el flâneur de la sangre



Herberto Helder (Funchal, Portugal, 1930-presente) desordena todo el cosmos exterior para poder experimentar poéticamente los elementos más gastados de una manera inédita. Es uno de esos poetas que posee la mística en el cuerpo, el duende, y configura una mándala propia con la que re-significa insistentemente la sangre, la madre, el fuego, las sombras, la ciudad y las manzanas. Como bien dice Mauro Gama, “Helberto Helder no tiene miedo de las palabras: les da a su existencia, su verdad material, sus movimientos, su sangre”.  Es un poeta flâneur, porque se pasea invisible por ciudades, porque no se deja fotografiar, porque ve detrás de cada piel la consistencia urgente de la sangre y porque sabe que “el poema se hace contra la carne y el tiempo”



Audio:

He grabado la lectura del poema en portugués, pero con acento de Brasil, y no con el de Portugal, que sería lo ideal.




La menstruación cuando en la ciudad pasaba

La menstruación cuando en la ciudad pasaba
el aire. Las muchachas respirando,
comiendo higos – y la menstruación cuando en la ciudad
corría el tiempo por el aire.
Eran clavos en la nieve. Las muchachas
se reían, gritaban – y las higueras soplando desde dentro
los higos, con sus pulmones de esponja
blanca. Y las muchachas
comían clavos por el aire.
Y ellas se reían en la nieve y gritaban: era
el tiempo de la menstruación.

Las manzanas se resbalaban en la casa.
Alguien decía: nieve. La noche venía a
partir la cabeza de las estatuas, y las manzanas
se resbalaban en el tejado – alguien
decía: sangre.
En la casa, ellas se reían – y la menstruación
corría por las cavernas blancas de esponjas,
y se partían las cabezas de las estatuas.
Clavos – era alguien que decía así.
Y las muchachas respirando, comiendo
higos en la nieve.
Alguien decía: manzanas. Y era el tiempo.

La sangre escurría de los cuellos de granito,
y el niño abatía la boca negra
sobre la nieve en los higos – y ellas gritaban
en la sombra de la casa.
Alguien decía: sangre, tiempo.

Las higueras soplaban en el aire que
corría, las máquinas amaban. Y un pez
recorriendo, como en antigua palabra
sensible, la página de ese amor.
Y alguien decía: es la nieve.
Y las muchachas se reían dentro de la menstruación,
comiendo nieve. Las cabezas de las
estatuas estaban llenas de clavos,
y los niños abatían la boca negra sobre
los gritos. La noche venía por el aire,
en la sombra se resbalaban las manzanas.
Y era el tiempo.

Y ellas se reían en el aire, comiendo
la noche,
alimentándose de higos y de nieve.
Y alguien decía: niños.
Y la menstruación escurría en silencio –
en la noche, en la nieve –
comprimida por las esponjas blancas, allá en la noche
de las muchachas
que se reían en la sombra de la casa, resbalándose,
comiendo clavos. Y alguien decía:
es un pez recurriendo la página de un amor
antiguo. Y las muchachas
gritaban.

Las vacas entonces acechando,
y en los hocicos se consumía la lumbre en silencio.
Por las ventanas los violines
pasaban por el aire. Y la menstruación en las muchachas
escurría por la sombra, y ellas
gritaban y comían arena. Alguien decía:
fuego. Y las vacas pasaban por los violines.
Y las ventanas en silencio escurrían
su fuego. Y las admirables
muchachas cantaban su canción, como
una palabra antigua escurriendo
en una página por la nieve,
coronada de higos. Y en el fuego los niños
eran tocados por el tiempo de la menstruación.

Se alimentaban sólo de higos y de arena.
Y por el tiempo fuera,
se reían – y la nieve cubría su página de tiempo,
y las vacas se resbalaban en la sombra.
En silencio su lumbre escurría de las esponjas.
Se partían las cabezas de los violines.
Las muchachas, cantando con sus niños,
comían higos.
La noche comía arena.
Y eran clavos en las cavernas blancas.
Menstruación – decía alguien. El aire pasaba –
y por la noche, en silencio,

la menstruación escurría por la nieve.




(La traducción es mía)

Condesa Lara


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