domingo, 28 de agosto de 2011

Retrato de Francisco Umbral



Francisco Umbral posa desnudo en un insistente invierno que vocifera escalofríos en la noche madrileña. En mitad de la habitación en la que hilvana sus sueños, sus ojos se muestran fijos, concentrados y atentos, como en unísono trance, al espanto del flash que le va a venir. A un lado los botines, los heraldos con los que siembra las calles de dandismo y chulería; atiborrados de pasos, se deletrea en su apariencia la peripecia del día a día. La calavera, que yace desflorando el destino en un desquite, presagia el final que se abate y que enturbia la existencia. La máquina de escribir tapa el falo o lo sustituye, que para el caso es mejor, porque el folio en blanco hay que llenarlo con la fuerza centrípeta que sale del sexo, en un desbordamiento de flujo y semen.

Nuestro escritor, cuyo pudor ha dejado varado en la provincia, llega a Madrid con la desnudez de quien se sabe arropado por el genio, y sólo se rodea de lo que va a hacerle artista: dandismo, sexo y muerte.

Conde Soto

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