“Este hombre no se decide, vacila; ahora, parece afirmar una cosa, y luego la contraria: está lleno de contradicciones; no le puedo encasillar; ¿qué es?”
(Miguel de Unamuno, Del Sentimiento trágico de la vida)
La contradicción a veces parece engendrar fulgores, cuyas realidades, llenas de sugestiones, dejan tras de sí incendiarias obras. Y es que, durante años Enrique Bunbury se ha mostrado antojadizo, zigzagueante, en una búsqueda consciente a tumba abierta por esbozar inquietudes, diferentes impulsos que parece como si le llegasen en torbellino, tanteando así una multitud de sonidos, o mejor dicho, adueñándose de ellos. Diríase que en cuanto creemos que ha encontrado su lugar, tan pronto como empezamos a entender lo último en lo cual ha dejado su impronta, él ya se muestra amodorrado, y huye despavorido de allí con la intención de escudriñar nuevos estímulos que lo alejen de donde viene, de donde se siente ya absolutamente lejano.
Ésta es la personalidad de nuestro músico: “un culo inquieto” –como él se denomina-, un inconformista radical, un investigador constante de estéticas, un acanallado viajero que recorre por instinto la manigua de los trópicos, pero que, por encima de todo, vaga por los recovecos interiores de sí mismo. Dos viajes que se complementan, uno exterior, revelador de su inabarcable deseo de plenitud, y otro interior, en el cual apela a las galerías machadianas del alma.
Cuando aparece Radical sonora allá por el año 1997, su primer disco en solitario después de la disolución de Héroes del Silencio, Bunbury cuenta ya con treinta años y cuatro álbumes de estudio con dicho grupo. Pese a tener ya una trayectoria bastante consolidada en el panorama, decide encararse frente a su espejo y abrirse camino con voluntad firme y decidida, rompiendo de esta manera con un pasado arrugado que lo asfixiaba. Sus ideas corren ahora por otros contornos, por otras diagonales. Innovador y nervudo, con el pelo corto y una pretendida imagen que dista bastante de la anterior, se retuerce en una mescolanza de sonidos árabes y de estilo drum´n´bass, pero anudados por una línea rockera que es la que da una perfecta coherencia a todo el álbum.
El tema que mejor refleja la nueva silueta que afronta es con el que se abre el disco: “Big Bang”, una declaración de intenciones de ese espíritu rompedor, de ese diálogo personal que Bunbury hace consigo mismo y con el cual quiere autoconvencerse de su nuevo camino: “ignora fronteras, no hay ni una de ellas que merezca de veras la pena”. Ese imperativo al inicio del verso es una orden sugestiva que él se impone, y que demuestra el zarpazo definitivo que da a los límites que tenía con Héroes. Además, en medio de la canción Bunbury nos dinamita con estas preguntas retóricas: “¿qué decides? ¿qué prefieres?”, que suenan a aullido y a grito descarnado, que afirman la decisión que uno tiene para moldear su propio destino. Uno y sólo uno es el que puede alterar el orden de los acontecimientos: “tú decides qué”.
El tema que mejor refleja la nueva silueta que afronta es con el que se abre el disco: “Big Bang”, una declaración de intenciones de ese espíritu rompedor, de ese diálogo personal que Bunbury hace consigo mismo y con el cual quiere autoconvencerse de su nuevo camino: “ignora fronteras, no hay ni una de ellas que merezca de veras la pena”. Ese imperativo al inicio del verso es una orden sugestiva que él se impone, y que demuestra el zarpazo definitivo que da a los límites que tenía con Héroes. Además, en medio de la canción Bunbury nos dinamita con estas preguntas retóricas: “¿qué decides? ¿qué prefieres?”, que suenan a aullido y a grito descarnado, que afirman la decisión que uno tiene para moldear su propio destino. Uno y sólo uno es el que puede alterar el orden de los acontecimientos: “tú decides qué”.
En “Negativo”, segundo corte del álbum, nos hace una interesante lectura de su vida: bares, sueños, drogas, mujeres, fama, dinero, música; un repaso emocionante y un guiño audaz a su pasado, hecho con pinceladas de recuerdos fragmentados, desmenuzados éstos con pictórica técnica expresionista. Hay aquí una resistencia al recuerdo, a regodearse en la nostalgia; no es que el pretérito sea negativo, sino que es la añoranza la que puede dejar heridas abiertas que harían difícil la continuidad y el progreso futuro. Por eso, después de rememorar con palpitado sentimiento los detalles de antaño, hace un deliberado desprecio en un crescendo rabioso, cuya negación lo abofetea y lo devuelve al momento presente: “no, no, no, decididamente, decisivamente, definitivamente no”. Se aparta de sentimentalismos y sensiblerías, trabaja con la memoria, para acto seguido negarla, para luego dejar su mente en blanco y empezar de cero.
“Contracorriente” y “Servidor de nadie” son los dos temas que mejor enlazan con esta temática de la que estamos hablando, en la medida en que la gran metamorfosis en la que está inmerso nuestro músico, conlleva una rebeldía de maldito que lo sitúan en una esfera romántica en la que se siente distinto a los demás. Advertimos, pues, una insatisfacción con el mundo: “a los tabúes establecidos por mediocres y poderosos rechazo y me burlo”, un deseo vehemente de libertad: “contra el vacío admitido, me lleno de sustancia”, un individualismo alimentado de insolencia: “caprichos, manías, contradicción o atrevimiento; descaro, groserías, oposición y menosprecio”, y sobre todo ese deseo de lo absoluto: “contra la distancia, la unidad completa”. Bunbury desobedece las reglas establecidas y se aparta del camino más transitado, reivindica los impulsos más rebeldes oponiéndose al mundo en el que vive.
Efectivamente, este espíritu romántico se nos hace aún más evidente en “Alicia (expulsada al país de las maravillas)”, donde se aparta de la realidad a través de la imaginación, a través de los lados oscuros de la razón, ensanchando así sus límites con fantasías ubicadas en el mismo inconsciente: “Alicia es siempre tan breve que ya ha terminado”. Es cuando se exploran esas galerías que normalmente están vedadas por la racionalidad, es cuando nace la inspiración necesaria para que empiece la obra.
Quizás Radical Sonora no sea el álbum más sugerente de Enrique Bunbury, no obstante es en el que se empieza a fraguar su peculiar personaje y se comienzan a esparcir los pedazos de su auténtica personalidad, porque como dice la cita de Miguel Hernández que acompaña al disco, “sólo soy yo cuando estoy solo”.
(continuará…)
Conde Soto
Una sorpresa encontrarme esta concienzuda autopsia de Radical Sonora. Me acercaré pronto a ver qué le deparan al resto de las canciones. Muy bueno.
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