Llego cinco minutos tarde. Entro en el salón de columnas del Círculo de Bellas Artes. Es la primera vez que estoy allí. Existe una niebla que surge de los escasos focos de luz sobre un escenario central y oscuro. La luz se reverbera en las dos cabezas canosas de José Manuel Caballero Bonald y Juan Cruz.
Nada más sentarme escucho un “a mí no me interesa la realidad, como mucho la perspectiva, pero por encima de todo está el lenguaje”. Caballero Bonald dice que lo que hace es crear únicamente con palabras: imágenes y metáforas; es con y por el lenguaje que consigue crear realidades literarias. Dice también que si él tuviera que escribir con palabras cotidianas, con la sintaxis oral, tal y cual la vida misma, no escribiría, preferiría vivir. De ahí que el trabajo literario sea un proceso de transformación de las cosas y de la vida en otras deliciosas equivocaciones.
También habla de la memoria. “La memoria es fundamental para un escritor, pero hay que transformarla, modificarla de acuerdo con las necesidades del propio texto”. Entonces yo pienso en la memoria que deben de tener esos pelos blancos. Pienso en mi juventud, en mi cuerpo aún sin cicatrices del tiempo. Pienso en la memoria de esta sala - ¿esta sala tiene memoria? - en el edificio, en el cemento que resiste al tiempo y que no se acuerda de nada. Bonald sigue: “quien recuerda se equivoca. Hay recuerdos falsos, recuerdos ajenos de los que uno se apropia. Y que de pronto uno piensa que ha vivido cosas que no ha vivido, pero que literariamente esto también es muy atractivo. A mí me sirve exactamente igual contar cosas falsas o mentir que contar verdades. La literatura no es una cuestión de verdades, ni de solemnes justicias. Es una cuestión de lenguaje. Y lo que uno utilice para canalizar sus preocupaciones humanas es igual que sea verdad o que sea falso”. Dice eso porque su compromiso único es con la literatura: ni la vida, ni la realidad, ni la verdad atrapan a este señor de 85 años que dice que “cuanto más mayor me he vuelto más rebelde” y esto se nota.
La charla se acaba. No me parece que haya pasado ya una hora. Vengo a casa y me encuentro con unos versos de Bonald:
“Mi propia profecía es mi memoria:/
mi esperanza de ser lo que ya he sido.”
Como todos los poetas, Bonald es una fascinante verdad inventada.
Condesa Lara
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