Dios está en el cielo. O eso dicen. El Papa está en la tierra, precisamente en Madrid por esos días. Los peregrinos están por todas las partes. Yo estoy en mi casa, sudando en este verano de misericordia. De repente esta ciudad tiene una configuración totalmente diferente. A mí, que no soy española, me resulta muy curioso sentir esa sensación de ser doblemente extranjera: no reconozco la ciudad en la que he elegido vivir o que me ha elegido, según se mire. Por todo eso, prefiero sudar en mi templo particular toda la semana.
Ha sonado el timbre. Era el pintor que venía a arreglar el techo por una humedad del piso de arriba. Un hombre delgado, dueño de una voz típica de quien sólo canta y, lo que es más extraño, habla en la sostenido. Estudió Bellas Artes. Arriba del andamio, se empeña en hablar de las ventajas de la pintura a óleo y de la genialidad de Velázquez. Le pregunto por Miguel Ángel. Me dice que era un tipo divertido que tuvo la cara de pintar figuras desnudas en la misma Capilla Sixtina. Y se echa a reír. Poco después se lamenta: “no podían haber pintado por encima”. Mi pensamiento se va entre la Sixtina, el Papa, los peregrinos, Madrid. Él rompe mi silencio sugiriéndome que haga tres arañas en el techo para cubrir las manchas…“¡eso es lo que se lleva en el arte contemporáneo!”. Y se ríe. Me río con ese Miguel Ángel posmoderno, mientras él empieza a tararear una canción, también en la sostenido.
Condesa Lara
Condesa,
ResponderEliminarme ha encantado ese texto.pequeño, pero completo.
tiene un estilo muy peculiar.